La esencia de una obra que se
considera «ciencia ficción dura» reside en una buena relación entre el
contenido científico y el desarrollo narrativo de la historia, y, para algunos
lectores, en la «dureza» o rigor de la ciencia en sí. La historia
desarrollada en una obra de «ciencia ficción dura» debe ser precisa, lógica,
creíble y rigurosa en relación con los conocimientos científicos y técnicos del
momento, siendo teóricamente posible la tecnología, los fenómenos, los
escenarios y las situaciones descritos. Este hecho permite que con el paso del
tiempo la novela no envejezca. Por ejemplo, P. Schuyler Miller denominó
a la novela A Fall of Moondust (1961)
de Arthur C. Clarke «ciencia ficción dura»,y
la designación ha sido considerada válida a pesar de un elemento crucial de la
trama, la existencia de bolsas profundas de «polvo lunar» en los cráteres de la
Luna, idea que ha sido desmentida. Existe cierto grado de flexibilidad acerca
de hasta dónde puede alejarse una novela de la «ciencia real» para que deje de
pertenecer a este subgénero. Algunos autores evitan escrupulosamente hechos
inverosímiles como los viajes a velocidades superiores a la de la luz, mientras
que otros aprueban estos conceptos. también conocidos como «enabling devices» ya
que permiten que la historia sea posible, pero se centran en una descripción
realista de los mundos que dicha tecnología podría generar. Desde este punto de
vista, en una historia científicamente «dura» no importa tanto la precisión
absoluta del contenido científico sino el rigor y la consistencia con que las
ideas y las posibilidades son tratadas.
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